Es bastante común y reiterativo el debate sobre las competencias en fisioterapia, lo podemos ver en las diferentes jornadas que se realizan a lo largo y ancho de nuestro país, así como el debate que suscita entre los diferentes profesionales de la salud implicados en el proceso de neurorrehabilitación del paciente afectado, ya sea en las redes sociales, blog, etc., como en las pocas jornadas multidisciplinares. Hablamos de fisioterapeutas, logopedas, terapeutas ocupacionales, neuropsicólogos… que pueden formar parte de un equipo, o que lamentablemente por falta de recursos no es así. La cuestión es que cada profesional actúa según su formación, conocimiento, paradigma, experiencia y perfil profesional, valorando y atendiendo al paciente desde la perspectiva correspondiente teniendo en cuenta la globalidad u holística del mismo (no me refiero a las acepciones tan de moda que han puesto algunos sectores profesionales) y entendiendo al paciente no como una estructura, sino como un individuo que interactúa a nivel biopsicosocial con su entorno y su circunstancia.
Dicho esto, mucha problemática dentro de las competencias profesionales sanitarias es que las líneas o fronteras de actuación no están ni deberían estar bien limitadas, es decir, existen campos inclusivos (que no exclusivos) en los que separarlos o delimitarlos del sujeto que va a recibir la terapia son prácticamente imposibles, como son el movimiento y la función, que tanto nos caracterizan como colectivo dentro del paradigma de la fisioterapia. El supuesto problema o foco de debate suele ser que ambas bases del paradigma puedes estar dentro del desarrollo de otras profesiones sanitarias, como podrían ser las otras 3 mencionadas, logo, T.O. y neuropsico. En logopedia se realizan por ejemplo, reeducación del movimiento respiratorio para optimizar el habla, la proyección de la voz, el tono, etc. así como correcciones específicas de la postura para favorecer la deglución con pacientes con disfagia. Algún que otro neuropsicólogo, a través del movimiento planteado en una tarea, establece una exploración de la misma cognición, pudiendo variar ligeramente ese mismo movimiento así como su foco de atención, para que el paciente tome un rol activo de «detección» del mismo problema, o no, depende claro. Porque toda tarea implica cognición, y la congnición o elementos de ésta (dividamosla para comprenderla) se manifiesta a través del movimiento, un enfoque bastante lógico que plantean desde la Neuropsicología Funcional ® y mucho más perceptible en la exploración del terapeuta que algo que no se ve (movimiento entendido como tarea). El terapeuta ocupacional, por mucho que quiera reeducar una AVD, impepinablemente se topa con el movimiento y la estructura. No tenemos un cerebro así sueltico y dividido en cachitos profesionales competenciales, pero sí tenemos perfiles profesionales que a ojos del ombligo competencial profesional, pueden llegar a solaparse. Pero visto desde la perspectiva de los que realmente importa, los pacientes, reciben varias terapias completamente diferentes de varios profesionales que actúan precisamente, de forma diferente.
Es absurdo repartir tareas irrelevantes y sin sentido para el paciente, sólo por la incompetencia o ego del profesional, como el clásico ejemplo, tú te encargas de la extremidad inferior y yo de la superior, yo reeduco la postura y tú haces que trague bien, tú le enseñas a moverse y yo ya me encargo de que aprenda. La necesidad de integrar conocimiento entre todos, para todos, implica mayor éxito terapéutico. Esto me recuerda a los procesos integrativos de diferentes partes «indivisibles» de la cognición, que de manera individual se pueden dar sin problemática (atención, working memory, percepción, lenguaje, cognición espacial etc.) y sin embargo el proceso de integración y «encaje de bolillos» queda huérfano debido a una disfunción. Algo similar ocurre en la práctica profesional clásica, donde un fisioterapeuta (por ejemplo) interviene en un paciente realizando una tarea, la cual, su desarrollo implique una carga excesiva de una parte cognitiva, y con ello, no pueda elaborar una respuesta esperada. Lo curioso, es nuestra respuesta, la elaboración de un juicio equívoco, con aburdeces del tipo: este paciente no muestra interés, no está atento, está desmotivado, no me oye bien, no procesa bien la información…
Desde el paradigma de la fisioterapia sobre el movimiento y la función, y enfatizando en la neurológica, la necesidad de intervenir a nivel clínico desde la perspectiva de la CIF (Clasificación Internacional de la Funcionalidad) tanto en estructura, como en función y participación, se vuelve imperativa. Porque nuestros pacientes necesitan moverse con un objetivo, mover por mover es tontería, y ese objetivo debe serle familiar para el paciente, y por eso valoramos y tratamos movimientos desarrollados en su antiguo trabajo, en sus hobbies, en sus actividades habituales de la vida diaria. No vamos a ser los fisioterapeutas quienes acondicionemos la casa, el entorno, o los productos de apoyo que le faciliten la vida, pero sí seremos los que desarrollemos un movimiento hacia una función concreta, planteando una tarea relevante, tanto para el paciente como para el profesional. Y una de las cosas que nos viene más a mano en el momento que entran por la puerta, es ayudar, facilitar, guiar o lo que sea, en el cambio de muda (ropa cómoda) para iniciar la sesión, por ejemplo. Allí buscamos otras cosas muy diferentes a reeducar precisamente la AVD, pero sí es cierto que posteriormente pueden realizar mejor el cambio de muda o ese desvestido concretamente… Eso es lo que aprende y le interesa al paciente. Al paciente le da bastante igual que mueva el hombro 10 º más de rotación externa, o 20º de flexión de codo. El cerebro aprende del éxito funcional, de la capacidad de poder realizar tareas sin necesidad de ayuda externa, eso motiva e implica la memorización de esa ejecución. Sin embargo, hasta que llega ese punto, nosotros como terapeutas necesitamos ser facilitadores de la tarea, dándole al paciente el empoderamiento de poder elegir entre opciones que planteemos durante nuestra intervención. Nuestra lucha propia como terapeutas, es saber si realmente estamos haciendo de facilitadores, o si estamos realmente desarrollando funciones de relleno, es decir, que no seamos relevantes en el proceso de rehabilitación.
Pero realmente demos un paso más allá, ¿por qué no enseñar a un logopeda realizar una correcta alineación corporal, señalando las zonas problemáticas a corregir a través de una movilización, por ejemplo? Optimiza su terapia deglutoria… ¿Por qué un terapeuta ocupacional no podría tener nociones de terapia manual para ayudar a la estructura y al movimiento con el objetivo de facilitar el aprendizaje de la AVD? ¿Por qué si un neuropsicólogo valora a través del movimiento un proceso cognitivo y observa una «restricción», no puede aprender a facilitar ese movimiento, o simplemente explorar cogniciones con una tarea que implique movimiento? Pues esto es el día a día en algunos lugares clínicos, no hay intrusismo, hay aplicaciones específicas con objetivo de optimizar intervenciones terapéuticas. ¿Solapar? Eso se lo dejamos a los que visten bien. Nos interesa la mejora del paciente, no quién tiene más ego.
Creo que tenemos miedos infundados, miedos que nos han transmitido algunas universidades rígidas que poco se dedican a la clínica y al trabajo en equipo, competencias delimitadas que perjudican seriamente al paciente. Realmente desmejoran las terapias propias de cada profesional, y solamente la simple interacción de los trabajadores, optiman seriamente los resultados. No nos miremos tanto el ombligo, cada uno desde su paradigma aporta su intervención, y aunque tú trabajes la extremidad superior de una manera, puedo yo hacerlo de otra, movimientos, tareas y participaciones, hay miles, muchas más que cabezas cuadradas, eso seguro.
Gracias Pablo Duque por tus enseñanzas sobre la neurocognición, muy necesarias para nuestra profesión