Son muchas las personas que, tras sufrir un accidente cerebrovascular (ACV, también llamado ictus), un traumatismo craneoencefálico (TCE) o cualquier intervención invasiva en el cerebro, en mermada su capacidad de comunicación. Esto se puede presentar de varias maneras, dependiendo del tipo de problema que presente la persona. Entre todas, y en el plano de la comunicación, las dos secuelas estrella son las afasias y las disartrias. En este caso nos centraremos en las afasias.
La afasia es el trastorno del lenguaje que aparece como consecuencia de un daño neurológico en un cerebro que antes de la lesión tenía esta capacidad desarrollada, generando problemas tanto en producción como en comprensión. Es una alteración muy variable, que va desde ligeros problemas para encontrar el nombre de las cosas (anomia), hasta situaciones de imposibilidad de articulación de fonemas (anartria). A estos problemas de producción, sepueden sumar los de comprensión, con los que la persona tendrá serias dificultades para entender el lenguaje que escucha y que le dirigen las personas de su alrededor.
El día a día de la persona con afasia es difícil, dado que es un problema que en la mayoría de los casos viene de forma súbita (aunque depende de la etiología). La comunicación en el hogar, con los familiares o cuidadores, cambia drásticamente y se convierte en una tarea que requiere mucho tiempo y paciencia. En muchos casos, la persona con afasia y su entorno llegan a una situación en la que, una vez superado el problema principal por el cual ha aparecido la afasia, la rutina diaria del hogar se simplifica y se dedica a cubrir necesidades básicas de la persona. Disminuye la interacción con otros familiares, con amigos, disminuyen también las salidas a hacer la compra, a pasear… Sin embargo, y aunque es muy difícil hacer pronósticos en estos casos, se sabe que los entornos estimulantes mejoran capacidades cognitivas como la memoria, la atención, y por supuesto, el lenguaje. Además, esta estimulación cuanto más temprana y cercana al momento de la lesión sea, más probabilidades tendrá de resultar eficaz. Con estimulación, no solo nos referimos a terapias (como la logopedia, neuropsicología, fisioterapia o terapia ocupacional), un entorno estimulante es aquel ofrece situaciones de aprendizaje y experiencias nuevas para aprender o desarrollar capacidades. Llevando este concepto a la vida diaria, un entorno estimulante puede ser la visita a un museo, la lectura del periódico, una charla con un amigo al que hace tiempo que no vemos, una visita al parque con los nietos…
Centrándonos más en logopedia, tenemos la gran ventaja de que el lenguaje es algo que nos encontramos a diario, ya sea en la radio, en la televisión, en el periódico, escuchando a alguien por la calle… Por lo tanto, cualquier situación de la rutina diaria podrá resultar un buen contexto de aprendizaje donde se podrá estimular el lenguaje. Este enfoque, dentro de la rehabilitación logopédica, nos servirá para diseñar un plan de intervención personalizado, adaptando los objetivos a las necesidades de la persona. Además, tener en cuenta la rutina de la persona nos ayudará a crear tareas más creativas y útiles, donde podemos adaptar materiales a los gustos de la persona para hacer la rehabilitación algo más motivadora.
No dejemos que las personas con problemas de comunicación entren en una rutina repetitiva y con pocas oportunidades de aprendizaje, ya que este aspecto supondría un problema que impediría alcanzar el máximo potencial en la recuperación de los problemas de comunicación.