Cuando se habla de espasticidad, es común asociarla con un muro que separa a las personas de su funcionalidad y calidad de vida. La espasticidad, esa rigidez muscular que surge como consecuencia de enfermedades neurológicas como la parálisis cerebral, el ictus, la esclerosis múltiple o las lesiones medulares, suele ocupar el centro de la discusión en terapias, consultas médicas y objetivos de tratamiento. Sin embargo, ¿no hemos sobreestimado su importancia?
La realidad es que la espasticidad no debería convertirse en el eje absoluto de nuestras preocupaciones. Es innegable que puede ser incómoda y, en algunos casos, incluso incapacitante, pero concentrar todos los esfuerzos en «eliminarla» puede hacernos perder de vista algo mucho más crucial: la plenitud y funcionalidad de la persona. Hay vida más allá de la espasticidad, y es posible vivir con ella mientras se construye una existencia activa, significativa y satisfactoria.
La Espasticidad: ¿Enemigo o Compañero?
La espasticidad no siempre es completamente negativa. En algunos casos, esa rigidez puede incluso ser funcional. Por ejemplo, para alguien con debilidad severa en las extremidades inferiores, cierta espasticidad en las piernas puede ayudar a mantenerse de pie o a caminar, compensando la falta de fuerza. Eliminarla de manera indiscriminada, a través de medicación agresiva o intervenciones quirúrgicas, podría dejar a la persona en una posición peor: una total falta de movilidad.
Esto no significa que debamos ignorar sus efectos negativos, como el dolor o las contracturas que dificultan la vida diaria. Más bien, se trata de replantear nuestras prioridades y entender que «curar» o controlar la espasticidad no siempre es sinónimo de mejorar la calidad de vida.
El Verdadero Objetivo: Una Vida Plena y Funcional
La verdadera meta no debería ser un cuerpo libre de espasticidad, sino una vida funcional y activa, en la que la persona se sienta bien consigo misma y capaz de participar en actividades significativas. Esto implica aceptar que la espasticidad puede ser una secuela permanente, pero no tiene por qué definir a la persona ni limitar sus aspiraciones.
Lo más importante es fomentar estrategias que permitan a las personas adaptarse a su situación y desarrollar un sentido de control sobre su cuerpo y su vida. Esto incluye:
- Terapias personalizadas: Centradas en maximizar las capacidades funcionales de la persona, en lugar de obsesionarse con eliminar la espasticidad.
- Herramientas de adaptación: Como dispositivos de movilidad, órtesis o ejercicios específicos que potencien las habilidades del individuo.
- Aceptación personal: Trabajar en la salud mental para que la persona acepte su cuerpo tal como es, encontrando fortaleza en sus logros en lugar de enfocarse en lo que «podría ser».
Reenfocar la Perspectiva
Nuestra sociedad tiende a medir la calidad de vida en términos de «normalidad física», y eso es un error. La funcionalidad y el bienestar no siempre pasan por el cumplimiento de estándares ideales. Hay personas con espasticidad severa que viven vidas plenas, disfrutando de sus pasiones, manteniendo relaciones significativas y contribuyendo a la sociedad. Por el contrario, también hay quienes, libres de espasticidad, no logran sentirse plenos porque sus objetivos se han centrado únicamente en su cuerpo, descuidando su bienestar emocional y social.
En lugar de centrarnos exclusivamente en la espasticidad, deberíamos preguntarnos:
- ¿Puede la persona participar en actividades que le importan?
- ¿Se siente valorada, incluida y empoderada en su entorno?
- ¿Tiene herramientas y recursos para adaptarse a las limitaciones físicas que pueda tener?
La Vida Más Allá de la Espasticidad
La aceptación es una palabra poderosa. No significa resignación, sino entender que nuestro valor como personas no se define por nuestras limitaciones físicas, sino por cómo las enfrentamos y encontramos maneras de vivir plenamente con ellas. Enfocar la rehabilitación y la vida misma desde esta perspectiva nos libera de perseguir un ideal inalcanzable y nos permite redescubrir el potencial que existe en el presente.
La espasticidad no debería ser vista como el enemigo a derrotar, sino como un obstáculo más en el camino hacia una vida significativa. Si logramos mirar más allá de ella, no solo podremos encontrar soluciones más humanas y funcionales, sino también fomentar un cambio en cómo concebimos el bienestar y el éxito tras una enfermedad neurológica.
En última instancia, lo que importa no es cuán rígido está un músculo, sino cuán flexible es nuestra mente para adaptarnos, crecer y seguir adelante.
¿Estás de acuerdo con este enfoque? ¿Qué más podríamos hacer como sociedad para cambiar esta perspectiva?